Soy mujer. Nací mujer, me siento mujer, me identifico como
mujer, me veo como mujer y me consideran mujer.
Tuve la suerte de nacer como lo que soy, de ser como nací.
Me siento como mujer, siempre lo sentí así, siento quizás
una pequeña envidia al pene, pero Freud decía que eso tenemos todas. Eso
tenemos todas porque estamos incompletas, eso sentimos todas porque somos
mujeres y algo nos falta.
Esa es mi desgracia, esa es la desgracia de todas las
mujeres: nacer mujeres en un mundo de hombres.
No tuve una vida diferente a la de cualquier mujer. Me enseñaron
que mi cuerpo no era mío, no me pertenecía, me enseñaron que lo mejor que podía
hacer era esconderlo, guardarlo, que nadie lo viera. Eso quizás podía hacer que
mi cuerpo tuviera algún valor, y debía cuidarlo aunque no fuera mío, y
entregarlo cuando fuera el momento, entregarlo a un hombre, porque a ellos le
pertenecen.
Crecí como una niña normal, aprendí un día que las niñas
crecen, que un día el cuerpo arroja sangre, y eso te hace mujer.
Como cualquier mujer, empecé a desarrollarme, protuberancias
en el pecho, caderas prominentes (nadie escapa a las formas familiares). Así
aprendí que mi cuerpo no sólo no era mío y debía guardarlo (y ahora mucho más)
sino que mi cuerpo era sexual, que provocaba alteraciones en el comportamiento
de otros, aprendí (por mi cuenta) que iban a querer tocarme, que los hombres en
la calle iban a opinar sobre mí, que a diferencia de quienes habían nacido
varones, yo debía ocultar cualquier indicio de sexualidad, que el placer no era
para mí.
Mi madre me enseñó que los hombres eran el enemigo, seguro
me querían tocar y seguro yo no quería. Me enseñó que el barrio iba a opinar
mal si me veían con chicos, y lo que opina la gente, importa.
Yo aprendí que mi cuerpo podía lograr que me prestaran
atención, que mi cuerpo era el arma y la condena.
Después descubrí que las
mujeres por nosotras mismas no valemos, necesitamos la compañía de un hombre.
Con el tiempo fui teniendo relaciones, descubrí que las
mujeres también eran objeto de deseo para mí, que el sexo era bastante
divertido y que la gente era mucho más que genitalidad y sexualidad.
Fui entendiendo también que algunas cosas siguen siendo
igual. Que al cuerpo de uno hay que amarrarlo para que no desaparezca entre
tantos cuerpos; que el mundo sigue aceptando que las mujeres no somos dueñas de
nosotras mismas; que si muestro emociones puedo perder; que lo que esté fuera
de la regla general hay que explicarlo, y vulnerarse a las opiniones de los
demás; que si no quiero tener hijos tengo que soportar que nadie me crea, que
digan que las mujeres debemos a cierta edad (porque aparentemente tenemos un
reloj que empieza a hacer sonar una alarma) y eso es biológico, no te lo
quieren imponer ¡para nada! Fui entendiendo también que la monogamia es la
regla, y si no querés seguir la regla tenés que avisar, y cuando avises quizás
no te crean, quizá salgan corriendo o quizás te escriban puta en la frente.
Aprendí también que el cuerpo de una mujer nunca es
suficientemente bueno, que siempre sos gorda, y sino sos demasiado flaca, que
tu piel tiene que ser suave como la de un durazno, que el pelo no es bien
recibido salvo en la cabeza, que las mujeres no tienen olor, que la nariz
siempre es demasiado grande, las tetas siempre chicas, que tenés que mostrar
pero no mucho.
Aprendí que eso es culpa de todos, pero decirlo no está
bien. Que mostrar la violencia es de histérica, que seguro es una exageración,
porque todas somos histéricas, y si no
histéricas, putas.
Porque al final, ser mujer y libre es eso, ser una puta.
Puta por usar minifalda, puta por no usar corpiño, puta por sonreír, puta por
el maquillaje, puta por bailar, puta por opinar, puta si tenés tetas, puta si
sos bisexual, puta si te calentás, puta si no te amarrás, puta porque sí, puta porque
eso somos.
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