jueves, 26 de mayo de 2016

"Yo nena, yo princesa" de Gabriela Mansilla

Lulú es la primera nena trans en recibir su documento sin intervención de un juez, en Argentina y en el mundo.

“Yo nena, yo princesa” es la crónica de una madre confundida frente a una transformación que no espera ni pide permiso, de quien creía su hijo Manuel, a Luana, una nena que más que nena es una guerrera emergiendo del cuerpo de un niño triste.

“Yo nena, yo princesa”, le dice Luana a su mamá, que decide escucharla y acompañarla, dejarla ser. La lucha de una madre y una hija contra una sociedad que las maltrata y discrimina, que no entiende, una sociedad desinformada.


El libro es desagarrador en muchos sentidos; la pobreza, el abandono y la violencia están presentes durante todo el trayecto. Sin embargo, Luana tiene una fuerza y una energía que dan escalofríos, y una inteligencia que arrasa con todo. Y su mamá, Gabriela, todo el amor que se necesita para enfrentar al mundo hostil con el que se van a encontrar.




 "En un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa" (Lohana Berkins)

miércoles, 2 de abril de 2014

Ser puta está bien, ser histérica también

Soy mujer. Nací mujer, me siento mujer, me identifico como mujer, me veo como mujer y me consideran mujer.

Tuve la suerte de nacer como lo que soy, de ser como nací.

Me siento como mujer, siempre lo sentí así, siento quizás una pequeña envidia al pene, pero Freud decía que eso tenemos todas. Eso tenemos todas porque estamos incompletas, eso sentimos todas porque somos mujeres y algo nos falta.

Esa es mi desgracia, esa es la desgracia de todas las mujeres: nacer mujeres en un mundo de hombres.

No tuve una vida diferente a la de cualquier mujer. Me enseñaron que mi cuerpo no era mío, no me pertenecía, me enseñaron que lo mejor que podía hacer era esconderlo, guardarlo, que nadie lo viera. Eso quizás podía hacer que mi cuerpo tuviera algún valor, y debía cuidarlo aunque no fuera mío, y entregarlo cuando fuera el momento, entregarlo a un hombre, porque a ellos le pertenecen.

Crecí como una niña normal, aprendí un día que las niñas crecen, que un día el cuerpo arroja sangre, y eso te hace mujer.

Como cualquier mujer, empecé a desarrollarme, protuberancias en el pecho, caderas prominentes (nadie escapa a las formas familiares). Así aprendí que mi cuerpo no sólo no era mío y debía guardarlo (y ahora mucho más) sino que mi cuerpo era sexual, que provocaba alteraciones en el comportamiento de otros, aprendí (por mi cuenta) que iban a querer tocarme, que los hombres en la calle iban a opinar sobre mí, que a diferencia de quienes habían nacido varones, yo debía ocultar cualquier indicio de sexualidad, que el placer no era para mí.

Mi madre me enseñó que los hombres eran el enemigo, seguro me querían tocar y seguro yo no quería. Me enseñó que el barrio iba a opinar mal si me veían con chicos, y lo que opina la gente, importa.

Yo aprendí que mi cuerpo podía lograr que me prestaran atención, que mi cuerpo era el arma y la condena.

Después descubrí que las mujeres por nosotras mismas no valemos, necesitamos la compañía de un hombre.
Con el tiempo fui teniendo relaciones, descubrí que las mujeres también eran objeto de deseo para mí, que el sexo era bastante divertido y que la gente era mucho más que genitalidad y sexualidad.

Fui entendiendo también que algunas cosas siguen siendo igual. Que al cuerpo de uno hay que amarrarlo para que no desaparezca entre tantos cuerpos; que el mundo sigue aceptando que las mujeres no somos dueñas de nosotras mismas; que si muestro emociones puedo perder; que lo que esté fuera de la regla general hay que explicarlo, y vulnerarse a las opiniones de los demás; que si no quiero tener hijos tengo que soportar que nadie me crea, que digan que las mujeres debemos a cierta edad (porque aparentemente tenemos un reloj que empieza a hacer sonar una alarma) y eso es biológico, no te lo quieren imponer ¡para nada! Fui entendiendo también que la monogamia es la regla, y si no querés seguir la regla tenés que avisar, y cuando avises quizás no te crean, quizá salgan corriendo o quizás te escriban puta en la frente.

Aprendí también que el cuerpo de una mujer nunca es suficientemente bueno, que siempre sos gorda, y sino sos demasiado flaca, que tu piel tiene que ser suave como la de un durazno, que el pelo no es bien recibido salvo en la cabeza, que las mujeres no tienen olor, que la nariz siempre es demasiado grande, las tetas siempre chicas, que tenés que mostrar pero no mucho.

Aprendí que eso es culpa de todos, pero decirlo no está bien. Que mostrar la violencia es de histérica, que seguro es una exageración, porque todas  somos histéricas, y si no histéricas, putas.

Porque al final, ser mujer y libre es eso, ser una puta. Puta por usar minifalda, puta por no usar corpiño, puta por sonreír, puta por el maquillaje, puta por bailar, puta por opinar, puta si tenés tetas, puta si sos bisexual, puta si te calentás, puta si no te amarrás, puta porque sí, puta porque eso somos. 







L

domingo, 16 de febrero de 2014

Debe ser que estamos locos

Debemos estar locos para pensar que la vida no tiene precio. Sí, tenemos que estar locos. Tenemos que estar locos para valorar esa chispa en la carne, debemos estar locos para pensar que ninguna vida nos pertenece. Tenemos que estar muy locos para creer que una vida es una vida, no importa el aspecto que tenga.

¡Estamos locos!

Estamos locos por elegir no matar, estamos locos por elegir no hacer daño. 

Estamos locos por creer que la violencia no nos hace mejores, que nos empobrece. Estamos locos por creer que consumir muerte nos mata.

Por pensar que no tenemos derecho, no tenemos derecho a robar, a matar, a generar dolor. No tenemos derecho a separar a una madre de su hijo, ni de robarle su alimento a un bebé. ¿Quién puede estar convencido de esto? ¡Sólo un loco!

Debemos estar muy mal, para decidir hacer frente a eso que llaman cultura, para ponernos de pie frente al sufrimiento, para querer no ser parte, para sufrir porque otros sufren.




¡Pero que vivan los locos!






L